
John Waters con Divine hace la tira de años
Hace un tiempo se puso de moda en las redes sociales criticar una cita del director de cine John Waters que dice “Necesitamos hacer que los libros molen de nuevo. Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles”. Como casi todas las citas, la frase encierra algo totalitario, es una sentencia inamovible disparada como un escupitinajo que se deshace en cuanto se pretende hacer comentario de texto sobre ella.
La crítica que se vertía sobre la cita la tildaba de clasista, reduccionista y afectada. Parece obvio que los libros no son nada más que una de las muchas vías para adquirir conocimiento (reduccionista), que los valores de una persona transcienden en mucho su cultura libresca (afectado, esnob) y que… ¿los libros son cosa de las clases superiores? Un momento…
No vengo yo a rebatir las teorías del capital social ni a negar la evidencia: habitualmente, las clases trabajadoras en la base del gradiente social tienen menos oportunidad para estudiar y un acceso más complicado a la lectura que las clases dominantes. Van al cole en sistemas educativos pensados para otros, disponen de menos pasta para libros y, en general, han de vender su fuerza de trabajo en mercados de trabajo en los que las habilidades relacionadas con la lectura no resultan cruciales.
Sin embargo, al margen de algunos puntos porcentuales en la estadística de turno, los libros nunca han sido algo ajeno a la clase trabajadora. Lo sabe cualquiera que viaje en metro y observe a las mujeres trabajadoras de buena mañana –sobre todo a ellas– que precisan de volúmenes gruesos, adecuados al tiempo de transporte que necesitan para llegar a sus puestos de trabajo.

Foto de https://blog.uchceu.es/delibecracia
Durante dos años trabajé en una biblioteca pública de un barrio trabajador, un lugar humilde en el que aquel edificio era, entre otras cosas, un espacio que venía a suplir las carencias materiales de parte del vecindario. Había aire acondicionado en verano, prensa cada mañana, acceso a internet y un montón de música, cine y libros de todo tipo. Aquellos años aprendí mucho de un buen número de usuarios de la biblioteca y pude corroborar que abundan los lectores compulsivos entre todas las clases sociales.
Para muchas gentes humildes aprender a leer y escribir siempre fue visto como un tesoro, un orgullo y una herramienta emancipadora. Durante el último tercio del XIX y el primero del XX, proliferaron las escuelas nocturnas y los obreros oautodidactas, tratando de escapar al determinismo de su clase. Los periódicos de las organizaciones obreras, escritos por trabajadores en gran medida, eran su institución más importante y eran leídos a otros trabajadores por aquellos alfabetizados. Lo primero que se hacía al abrir un ateneo o una casa del pueblo era montar una pequeña biblioteca.
El libro, en suma, no fue sólo una vía de desclasamiento sino una herramienta propia de la clase trabajadora que, precisamente por ser consciente de la dificultad que los obreros tenían para acceder a las cuatro reglas, hicieron de la cultura uno de los ejes de su lucha.
Manejando los datos de una biblioteca de la Sociedad de Ebanistas de Madrid entre los años 1912 y 1913 encontramos que aquellos trabajadores leían a Blasco Ibáñez, a Dicenta, o a Galdós; a Anselmo Lorenzo y a Karl Marx; a Zola y a Gorki; sobre Amatoria sexual o Ciencia moderna… No debían ser los más los que llevaban en el morral las enseñanzas geográficas de Reclús, pero sabemos que la lectura en grupo no era tampoco una extravagancia ¿Eran estos obreros unos culturetas? ¿Unos esnobs?
Algunos de los críticos de Waters –no todos, y no faltaban razones para resaltar las limitaciones de la cita– asumían que tener una estantería con libros en casa no es cosa de pobres y daban a entender que el libro no forma parte de la cultura de las clases populares. No es verdad.
De la cita también se pueden extraer la primera parte: “Necesitamos que los libros molen de nuevo”. Y ¿por qué no? La certeza de que una persona puede interesarte por los más variados motivos, pero si encuentras en su casa unos cuantos libros que te conecten con ella, quizás hayas encontrado un hueco cómodo para quedarte conversando largo rato después de follar. Y lo mismo, o lo mismo no, unas manos para montar una barricada si se tercia.