
Los trabajos de niños de una escuela infantil a las puertas de un descampado.
La vida, desgraciadamente, son esos huecos libres que quedan entre el trabajo asalariado y caer desplomado en la cama. Sobre esas calvas de la rutina hemos querido nosotros seguir trabajando como manera parar haciendo. O de subir la escalera mecánica al revés. O de hacer fuerza entre los cuatro para frenar la marcha de la bola del hámster. No sé.
El caso es que dos de nosotros –habrá que buscar un nombre para llamar a los habitantes de la tribu Decordel-, compartimos dos hijos que, como el resto de escolares de la Comunidad de Madrid, hoy y mañana no tienen colegio.
Los he llevado a casa de mis padres esta mañana. J. iba pertrechada de unas fichas de Lengua española. N, mi madre, le ha dicho “yo era profe de mates pero aún me acuerdo de la lengua”. “¿Lo estudias todavía? Papá creo que sí porque los fines de semana se reúne con mamá, J. y L. porque están haciendo un libro”.
Ahí vamos.
Grandes esos peques.
Ahí seguimos, trabajando con ahínco e ilusión para que salga adelante nuestro primer proyecto juntos.