Liberamos un fragmento de La burbuja del emprendimiento y la atomización de la clase trabajadora, de José Manuel Martínez Bedia.

Autónomo

Otro término en cuyo origen y utilización cabe detenerse es el de autónomo. La RAE, que en su segunda acepción define autónomo o autónoma como «la persona que trabaja por cuenta propia, recoge igualmente su uso como adjetivo y sustantivo».

Un autónomo, en su uso convencional, no es más que una persona que trabaja por sí misma, haciéndose cargo de sus derechos y obligaciones, y de su actividad. Por lo tanto, no debe confundirse los términos autónomo y emprendedor. Se puede ser autónomo sin ser emprendedor y viceversa. Sin embargo, sí me parece objeto de este texto el estudio del uso del término autónomo dentro de la burbuja del emprendimiento por varios motivos. En primer lugar, la mayor parte de los emprendedores son autónomos. Por otro lado, merecerá la atención del análisis principal de este ensayo la utilización del autónomo como empresario individual en beneficio del sistema, apoyándose principalmente en la sensación, cada vez más establecida, de que si no ganas dinero suficiente es porque no quieres. Si no encuentras trabajo, hazte autónomo y créatelo tú. Una suerte de puya (y pulla) liberal con la que se trata de envalentonar a los individuos en detrimento del colectivo de la clase trabajadora.

En la Historia Económica, el término autónomo se comenzó a aplicar para trabajos artesanales, algo que se mantuvo con la revolución industrial cambiando, sin embargo, el tipo de cliente objetivo en muchos de los gremios, pasando de comerciar, en su mayoría, con otros autónomos a hacerlo en muchos casos con grandes empresas, en ocasiones convertidas en sus clientes únicos.

Hay que destacar, en lo que concierne a este texto, la dificultad histórica que ha tenido el trabajador autónomo en asociarse y reivindicarse, probablemente debido a su aislamiento como individuo trabajador y a la diversidad de intereses difícilmente agrupables. Así pues, en las primeras regulaciones laborales españolas en los siglos XIX y XX, apenas se recogían derechos para los trabajadores por cuenta propia, que hasta 1976 se vieron ignorados por la legislación.

Los autónomos en España lo son por muchos motivos. En ocasiones, por desarrollar profesiones en las que de un modo independiente se atiende a muchos clientes. Las personas también se pueden hacer autónomas por necesidad, como búsqueda de una salida, por obligación legal al tener más del 25% de acciones de una empresa o porque se lo exige su empleador.

En la actualidad, es de común uso el término freelance para aquellos profesionales que ejercen su trabajo de manera autónoma. Parece sobreentenderse un grado de libertad mayor que en otros términos utilizados en el sector, tal vez por su traducción literal del inglés. Se suele aplicar a personas que han forjado una dilatada experiencia en un sector y se han decidido por trabajar sin depender de una empresa.

Emprendedores, autónomos y clase trabajadora

La caracterización y evolución de clase es un debate largo y profundo, que escapa absolutamente al contexto de este ensayo. Desde una concepción marxista clásica, la clase trabajadora vende su fuerza de trabajo a quienes tienen la propiedad de los medios de producción y se quedan con las plusvalías del trabajo ajeno. Habrá quien pueda utilizar este planteamiento para oponerse a la afirmación de que un autónomo es un trabajador. Sin embargo, tan solo una quinta parte de ellos tiene trabajadores a su cargo, por lo que difícilmente podrían apropiarse de plusvalía alguna. Por otro lado, son muchos los que, despojada la hojarasca propia de la mística del emprendedor, se quedan en trabajadores externos, cuyos ingresos dependen de una o dos empresas. Estos se parecen más al trabajador que tejía en su casa para una empresa en los primeros tiempos de la industrialización que al empresario. En este caso, como en aquél, el hecho de tener en propiedad un rudimentario telar no le hace propietario de los medios de producción, dado que su instrumental es más bien la herramienta de trabajo.

En muchas otras ocasiones, con algún trabajador a su cargo, el emprendedor se asemeja a la figura del profesional o del tendero que nunca han encontrado un acomodo claro en la tradición académica, más allá del cajón de sastre de la pequeña burguesía, en la mayoría de los casos con unas condiciones de vida antes equiparables a las de los trabajadores que a los de las élites.

Ya sea a través de un análisis de los medios de producción —que no es central en este libro— o atendiendo al entorno social en el que desempeñan sus vidas muchos de los emprendedores (o a sus niveles de renta), encontramos que la situación antropológica de una gran parte de ellos debe ubicarse en la clase trabajadora. No así de otros, claro, pero no son estos empresarios quienes son elemento central del libro.